Artesanía en Ñocha, una actividad que se niega a desaparecer

Por los bosques de Huentelolén o en los montes que rodean Cañete, la señora BristelaAlcamán junto a su abuela y su madre caminaban en busca de la ñocha, materia prima indispensable para realizar canastos, pilguas, bolsos, paneras y objetos figurativos.  La recolección era buena y bajaban con la ñocha bien enrrollada y al hombro, hasta llegar a casa. Esta historia tiene ya más de medio siglo y determina el inicio de Doña Bristela con el conocimiento y el arte de esta fibra vegetal espinosa y de hojas de casi un metro de largo.

La ñocha es una planta pequeña que crece en el bosque nativo. Hoy se le encuentra, principalmente, en quebradas o, en algunos relictos en la Cordillera de Nahuelbuta. Se caracteriza por tener una línea de espinas en los costados de sus hojas alargadas y verdes. Esta planta posee una altura de 30 cm aproximadamente y sus hojas son muy resistentes lo que hace que sea una fibra altamente cotizada.

“Cuando era joven, no era difícil encontrarñocha”, cuenta la señora Bristela. “Ahora hay que caminar muchísimo para recogerla: Aveces, alguno de mis hijos me lleva en auto a un lugar para sacarla. También encuentro coirón en Yeneco que me queda un poco más cerca de donde vivo”. La señora Bristela vive en la localidad de Pehuén, comuna de Lebu, Octava Región del BíoBío. Llegó hasta este lugar hace 23 años junto a su esposo, FelixHuenupi, desdeHuentelolén (Cañete), con quien recorre quebradas y cerros en busca de esta preciada planta para continuar con su labor de décadas.

“La ñocha se está acabando y cada vez cuesta más encontrarla. Trabajar haciendo esto me gusta muchísimo y lo haré toda mi vida. A mí me enseñó mi mamá Rosa y mi abuela Juana Huaiquipán desde chiquitita que trabajaba en ello, pues no fui nunca al colegio, yo aprendí todo lo que sé sola y de mi familia allá en Huentelolén. “Antes también había otra forma de hacer estas cosas. Se mezclaba una paja que crecía cercana a una laguna o en chorrillos de agua, con la ñocha y de esa forma se iba tejiendo hasta formar una panera por ejemplo.”

De sus cinco hijos, solo Roxana manifiesta su interés por aprender a trabajar la ñocha, el coirón y el chupón y de esta forma, continuar con una costumbre que se remonta a muchas generaciones antes de la abuela La Señora Bristela, hoy realiza talleres con el fin de que otras mujeres y hombres aprendan una técnica que podría perderse y que, en el caso de ella, se niega a abandonar: “estoy contenta con los talleres que hago  en Morhuilla y en Curaco, (Comuna de Lebu) son en total 17 personas que ya están haciendo sus propios trabajos. Pero también quiero aprender a tejer en telar. Con los talleres que se están haciendo, me entusiasmé y ahora quiero tejer también”.

El trabajar en ñocha, cuenta la señora Bristela, no es un proceso fácil. Esta planta hay que prepararla para que sea fácil de trenzar y para que tenga un color adecuado y sin hongos me recalca: “Lo primero es saber dónde ir a buscarla y traerla, se trae enrollada. En la casa se hierve en agua caliente con ceniza y se saca después de un tiempo. Se seca al sol para que blanquée y se tiende bien estiradita y luego se serena (en la noche) para que estire más. Después de todo este trabajo, se lava y se saca todo lo que no sirve y  se le sacan todas las espinas que lleva en los lados de las hojas. Terminado ello, se hacen unas tiritas chicas que se enrollan y se guardan para luego usarlas en el trabajo que una hace”.

Con la planta ya lista – después de realizar este largo proceso- comienza la realización de cestería decorativa y utilitaria. “Hay algunas cosas que hago que se usaban antes pero que ya la gente no las ocupa, como el Petrihue que servía para colar las papas. También el quiñe que es como una bolsa que se usa para echar los mariscos cuando se va a pescar o la pilgua que se usaba para llevar las cosas”

UNA VIDA DE CAMBIOS Y DE TIEMPOS LEJANOS
“Antes, la vida era difícil, tenía que ir a vender mis artesanías a Lota y a Lebu y con esa platita crié a mis cinco hijos gracias a Dios. Ellos nacieron en mi casa, igual que yo y todos mis hermanos que nacimos en la casa. Antes era difícil todo. Mi papá iba a Cañete en una carreta con bueyes a moler el trigo y a mí me echaban arriba de los sacos. Salíamos a la una de la mañana para estar primeros en la fila y poder moler y volver lo antes que pudiéramos a nuestra casa, pero igual volvíamos de noche. El camino era de tierra y los bueyes se hundían en el barro, pero era una vida bonita. Para nosotros el trigo era muy importante: comíamos muchos catutos y sopa de harina tostada, ensalada de nalca y berros que crecían a orillas del agua”.

Hoy la vida ha cambiado un poco: los bosques ya no están y las carreteras reemplazaron  los sinuosos caminos que serpenteaban los cerros y montañas de una selva que se creía, nunca desaparecería. Los árboles, sus frutos, plantas y animales, solo están en quebradas cada vez más escasas y en contados relictos que permanecen temblorosos al avance de las plantaciones forestales: “Me gustaría hacer un invernadero donde tener la ñocha, poder reproducirla y así no salir tan lejos a buscarla”, dice la señora Bristela casi resignada a esta nueva realidad. “También  me gustaría terminar la pieza que estoy haciendo en mi casa donde poder trabajar ya que en la cocina se hace difícil poder trabajar”. En esta pieza, la señora Bristela mantiene colgada la ñocha que ocupará en sus artesanías. Me explica dónde fue a buscarla, cuál es su proceso, como quitó las espinas y cómo esta hermosa planta la transformó en pequeños ramilletes que prontamente utilizará para hacer canastos, paneras, pilguas y una infinidad de productos que, en un día cualquiera transportará a Concepción para que allá otros vendan esta tradición de tantos años de esfuerzo.

Esta pieza, además, guarda mucha esperanza, sueños y anhelos de un mundo mejor, de un mañana que recuerde aquellas viejas tardes en que, su madre y su abuela le enseñaban las técnicas que le han permitido, con sus manos, poder resguardar este tesoro de décadas y siglos pasados.


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