Es una tarde de abril, a fines de los años 60. Una casa de madera con grandes ventanales. De espaldas un señor que pinta un óleo con gran afán. Tras el ventanal, un niño de cinco años observa impresionado como las líneas, manchas y puntos se mezclan, se funden y dan vida a árboles, aves y flores. Pareciera que los nudos y las líneas de las maderas de la casa de Antihuala cobraban vida en esa tela que brotaba en color. Esos sueños de niño, esa imaginación que estallaba mirando las maderas que contenían todos los elementos y galaxias imaginables se habían esparcido en esa escena. La llovizna caía en el jardín de esa casa de Cañete y Eugenio corre hacia su madre.
Tal vez sea este recuerdo uno de los primeros indicios que orientarían la vida de Eugenio Salas Olave en el mundo de las artes. El pintor era Eliseo Sau cuyas obras Eugenio Salas visitó en innumerables ocasiones en las exposiciones que se hacían en el cuerpo de bomberos de Cañete que quedaba cerca de la Escuela N° 1 donde estudiaba. La casa se ubicaba en Cañete y la vivienda de Antihuala a que se hace referencia, corresponde a la casa de los padres de Eugenio que se ubicaba en esa localidad de la comuna de Los Álamos.
Yo nací en Antihuala, comuna de Los Álamosy viví mis primeros cuatro años de vida en un museo; era una casa entera de madera y las obras de arte eran los interminables nudos que poblaban las paredes, las vigas, el piso y los muebles de esa casa. Estudié en primero básico en la escuela del lugar. Luego nos trasladamos a Cañete, ciudad donde terminé mi enseñanza media. A los 10 años gané mi primer concurso de pintura recuerda Eugenio. “Un par de años después, desde el liceo nos trasladaron a Lebu y recorrimos varios lugares representativos. Luego nos dieron como dos horas para pintar y yo hice una escena marina de oleajes, grandes rocas y aves en una hoja del block Artel. Gané con ello el concurso provincial de pintura, para enseñanza media, tenía 14 años”.
Después de este episodio, vinieron otros concursos, estudios universitarios en la Universidad Católica de Temuco y en la Universidad de Chile en Santiago y, diferentes residencias tanto en Concepción, Viña del Mar, Temuco, San Fernando, Cañete y Lebu; viajes y exposiciones internacionales; premios y reconocimientos en Chile y el extranjero. Sin embargo, de todas ellas, las residencias más importantes para este artista, fueron las que realizó en las comunidades mapuches, las cuales le permitieron comprender de una manera vivencial a este pueblo, no solamente al labkenche, sino también al pewenche, pueblo, este último, por el cual siente una especial predilección: “Esta admiración o predilección está relacionada a varias cosas, como por ejemplo, a su territorio, a su geografía imponente y majestuosa y, por sobre todo, por la forma como este pueblo se relaciona con el rito. Existe una danza totémica en donde ese tótem se relaciona con los antepasados, con un animal, un ave en particular u otra realidad con la cual establecieron una relación. El choike (avestruz) ya no está, pero sí lo podemos ver en la danza, en las vestimentas, en elementos de su vida cotidiana. Ello constituye, entonces, una riqueza tremenda de este pueblo.

El mito y el rito
En la sociedad actual, las explicaciones sobrenaturales o míticas tienen poco espacio en esta cultura global, individualista, homogenizante. Ya en el año 1986, el profesor de Historia Claudio Villegas en su estudio “Heroísmo y romance en la gesta de la araucanización”, confiesa que: Sin querer, somos de alguna medida, los responsables de la muerte de lo sobrenatural de esta geografía, que tenía un alma india que hemos ido desplazando hasta perderla. Olvidados los viejos mitos sin reemplazarlos –porque no admiten reemplazo- queda un gran espacio baldío y sin pasado.
Bajo la enseñanza de la civilización o barbarie, la trágica desmitificación, o la desvinculación de las palabras con respecto al alma de la tierra o el divorcio del hombre con las fuerzas telúricas sempiternas, creadoras de la magia, los mitos, los bellos relatos y las canciones”.
Tal vez, en este contexto del rescate y valorización de mitos y ritos es en donde Eugenio Salas tiene mucho que contarnos. Como indica el profesor Villegas, estamos en una etapa de nuestra historia en donde existe un completo divorcio entre lo sobrenatural y las explicaciones racionales o científicas.
Lo que está claro, según manifiesta Eugenio Salas es que mito y rito no se pueden separar, son indisolubles y, ello, nos entrega esa riqueza cultural que tanto buscamos. “El piwuchen es un animal que no lo podemos encontrar porque probablemente no exista en nuestra realidad. Tiene cara de gato y vuela. Es un imposible. Pero si lo analizas, es algo que te hace pensar en el misterio y en los poderes de la naturaleza ¿ y dónde vive este piwuchen? Vive en el menoko(Lugar de la medicina mapuche); entonces más que buscar si existe o no la pregunta relevante para un buscador (no un investigador) es dónde vive esa ave, ese animal, ese personaje mítico. Con esa respuesta, te puedo decir que el mito no solamente no se puede separar del rito, sino que tampoco del sitio sagrado”.
“Los mitos – indica Eugenio Salas- me ayudan a reordenar mi relación con la naturaleza, con las demás personas y con el cosmos. En ese contexto es que he realizado muchos trabajos de arte, de pintura, escultura y o patrimonio; porque estas materias nos conducen a estos mitos y ritos para que no olvidemos esta riqueza cultural. Uno de mis trabajos de arte por los que guardo un especial cariño es el denominado Sitio Ceremonial Labkenche que está en Tirua. Son doce piezas y cuyo telón de fondo es la Isla Mocha, lugar lleno de mitos, deidades y una riqueza cultural aún por rescatar y conocer, señala Salas.
Así también, la inspiración por llevar adelante una obra como el “Sendero de los espíritus del aire”, Rupu Ngen Kuref en Parque Eólico Lebu-Toro, está basado en esta idea de rescatar y promover el conocimiento de estos personajes míticos, encontrarse con ellos, porque los estamos redescubriendo y presentando al visitante. Las 14 esculturas que se encuentran en el trayecto de este sendero se inspiran en una selección de mitos y tradiciones orales que son parte de una extensa investigación sobre el mito mapuche que inicié el año 1985 y que exteiende hasta ahora.
Este sendero permitirá conocer a Guñum, Chenefilu, Piwuchen, Chewurfe, Wanglenche, WecheWentru, Ullche Domo, Kurref, Marepuantu, Lonkoche, Meulen, KawaKawa, ChoñChoñ y Antupaiñancu. Estos últimos siete ya instalados en el sendero y, el resto, pronto a instalarse frente al mar. Puede que estos nombres no nos digan mucho, pero si nos adentramos en el camino de los espíritus del aire y podamos comprender y encontrar el real significado de estas esculturas y su relación con el relato y la tradición oral del pueblo labkenche.
Hay un elemento central en todas estas líneas: la madera. Las esculturas están hechas de este noble material que logra traer a la realidad a estos personajes que vagaban por el aire y por el viento y que nos permiten conocer y observar su sentido. Así también, los nudos y líneas en las tablas de la casa de Antihuala hacen volver a la vida todos esos sueños, todos esos elementos que permiten reconstruir un mundo interno, todas esas galaxias llenas luminosidad que traen a la actualidad el mito y el rito esculpido en estas 14 esculturas de madera.