Por Luis Flores Olave, Profesor de Educación General Básica.
Una tarde de verano cualquiera en que un grupo de niños jugueteaba aburrido, uno de ellos se le ocurrió decir “Vamos a jugar a la cancha de los muertos” esto ocurría en el barrio Chillancito.
Un viejo que escuchó esta invitación llamó a los niños y les dijo en forma muy serena “Hijos dejen que los muertos descansen en paz”, los chiquillos estuvieron a punto de largarse a reír si no fuera por la seriedad con que el abuelo pronunció la sentencia de nuevo “Dejen que los muertos descansen en paz”.
Uno de los chicos algo molesto porque el viejo les había quitado la diversión ya que la mayoría expresó algo de temor le respondió “Qué sabe usté oiga O’n Chundo. Vamos no más cabros Oh”.
El viejo le respondió, “Cancha de los Muertos Ven hijo, te contaré los acontecido”, los chiquillos hicieron un ruedo alrededor y se dispusieron a escuchar a pesar del calor.
El viejo empezó diciendo: “Muchos años atrás, cuando la medicina no conocía los remedios para muchas enfermedades que hoy en día si tienen mejoría, se declaró aquí en Curanilahue una terrible peste de la cual la gente moría sin tener oportunidad alguna. Se cuenta que esta epidemia hizo desaparecer familias enteras y muchas veces quedaban enfermos totalmente desamparados y que los vecinos tenían mucho temor a acercarse a ellos por miedo a contagiarse. Ante esta tragedia, la Iglesia Católica que tenía su “Capillita” en el lugar. De esta manera se habilitó un pequeño campamento como hospital de campaña al que llamaban “Lazareto”. Allí trabajaba gente voluntaria y dirigida por monjitas, cerca de él se excavó una profunda fosa revestida con ladrillos, y todas las personas que morían eran depositadas en ella para evitar los contagios e infecciones.
Luego de un tiempo la enfermedad desaparece. La fosa fue cerrada con cemento y cubierta con tierra. Rápidamente la gente del pueblo se olvidó de aquel lugar. Pero al pasar el tiempo las personas que pasaban por allí, especialmente en los atardeceres empezaron a escuchar lamentos de dolor, otra gente veía personas vestidas de largas túnicas blancas y velas encendidas en las manos caminando por el lugar. Tanto fue la situación que la iglesia muy preocupada empezó a realizar cadenas de oración en el mismo lugar por el eterno descanso de esas pobres almas. Sólo así pudo evitarse que las mismas volvieran a aparecer y la gente del pueblo pudo transitar tranquila por aquello lugar, aunque los más antiguos, que en ese momento eran niños, tratan de Cancha de los Muertos evitar caminar por el lugar que se conoce como “El Lazareto”.
Hoy el lugar está plantado de pinos, sólo un pedazo de tierra que está cubierto por cemento, y que es donde está la fosa está despejado. Por eso niños, les piso que dejen tranquilos a los muertos.”
Aquel día los chiquillos que un rato antes estaban muy entusiasmados con ir a jugar a la pelota a la cancha de los muertos, sintieron cierto temor aunque no lo reconocieron y poco a poco cada uno se acordó que tenía algo que hacer en la casa y fueron desapareciendo y no fueron a jugar su acostumbrado partido de fútbol a la “Cancha de los Muertos” ese lugar queda a la entrada de Curanilahue, por Chillancito, entre el río y la carretera.
Así es que no se sorprendan si de repente andando por allí escuchan algunos lamentos y ciertas formas blancas vagando por el aire.