Por Cinthia Baza/Nicolás Parra
Mónica Paillamilla es una de las dos maestras a cargo de los cursos de telar mapuche, impartido por Parque Eólico Lebu-Toro. A los 12 años comenzó a dar sus primeros pasos en esta disciplina bajo la atenta mirada de una de sus tías, en Hualapulli, localidad ubicada entre Villarica y Lican Ray y de donde es oriunda. El amor por este arte y por las tradiciones de su pueblo, la llevó a formar parte de diversas organizaciones mapuche en Santiago, lugar donde vivió por algunos años por razones de trabajo. Acá te contamos su historia, cómo fue el retorno a la vida en comunidad y su experiencia en Parque Eólico Lebu-Toro.
Una vida junto al telar
Desde corta edad, Mónica siempre ha estado relacionada con el mundo de la lana. “En mi casa –relata- mi mamá tejía a palillo, entonces siempre vi el proceso de la esquila, del lavado de la lana. Había una cercanía con todo esto”. Sin embargo, su vida cambió radicalmente a los 17 años, cuando Mónica debió dejar atrás la vida en el campo, donde desarrolló la pasión por esta tradición ancestral, y migró a Temuco para estudiar Programación. Pese a las diferencias abismales que existen entre el telar y sus estudios profesionales, Mónica afirma que éstos le permitieron acercarse aún más a su cultura. “Creo que ahí hubo un trabajo interno muy importarte, porque mi práctica la hice en lo que en esos años era la subdirección de la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena, Conadi. Ahí empezó el vínculo y el reconocimiento del ser mapuche”, asegura.
Vida mapuche en Santiago
A los 21 años, Mónica decide dejar Temuco por razones laborales y se convirtió en una de los 180 mil mapuches residentes en Santiago. Según relata, en Temuco fue imposible encontrar trabajo: “Se me cerraron mucho las puertas por el apellido que tengo, y además, por haber realizado mis prácticas en programas de la Conadi. En Santiago, postulé por internet a una empresa y entré a trabajar en una compañía de telecomunicaciones”, señala.
¿Cómo fue el cambio de vida desde el punto de vista mapuche?
-Al llegar a Santiago busqué amigos que estuvieran en la misma situación. Encontré a varios mapuches, y de ahí pasé a ser parte de una agrupación de jóvenes mapuches. Ahí empezó el tema de ser una mapuche desde la ciudad, empecé a educarme en la cosmovisión y con algunas mujeres empezamos a formar otra agrupación que se llama Ad Llallin.

¿Y cómo fue la decisión de volver a la comunidad?
-Siempre estuve con la visión de volver al campo. Con mi esposo (también mapuche y que conoció en su paso por Santiago) tomamos la decisión de retornar. De forma paralela trabajábamos en un banco. Siempre en busca de lo ancestral, Mauricio (su marido) volvió a retomar el oficio de orfebrería, y queríamos criar a nuestros hijos con nuestra tradición y tomar en cuenta la importancia de hacerte cargo de la identidad.
-¿Cuesta mantener la identidad en ciudad?
-En la ciudad cuesta, pero se vive más la ideología. En el sentido que uno anhela volver al campo, volver al entorno. Uno vuelve a aprender todo de nuevo, pero vale la pena, porque el concepto de vida cambia.
-¿Cómo es el proceso de volver a conectarte con la tierra?
-Ha sido sanador y es un volver a vivir nuevamente. Es un renacer, sobre todo cuando uno está ligado a las artes del pueblo mapuche. La responsabilidad del telar es grande, tiene que ver con la sanidad de la mujer, el de re-encontrarse, vivir en equilibrio y armonía. Ha sido hermoso volver a vivir en el campo. Telar: terapia e historia de un pueblo Para esta destacada telarista, tejer es mucho más que un arte o una disciplina: “El telar, de hecho, es una terapia”, cuenta. Mónica explica que “si una persona no está en armonía le cuesta mucho poder tejer. El telar permite sanarte y estar en equilibrio, aterrizar las ideas, crear y plasmar parte de la historia que uno vive”.
-Detrás de cada telar existe un relato entonces…
-Cada tejido se teje por algo. Antiguamente las mujeres tejían con un propósito, pero ahora, a veces por la comercialización, no se cumple mucho. Hay que partir de la base que uno teje para alguien y con afecto, después puedes pensar en el negocio.
-¿El simbolismo era súper importante?
-Sí, el telar siempre plasma algo. El tejido en sí está relacionado con la historia de nuestro pueblo y cada tejedora lo puede interpretar de una manera diferente dependiendo de cada territorio. Antes se tejía para alguien, y esa persona tenía características especiales y se reflejaban en el telar. Todo depende del territorio y la visión. Hay personas que sueñan con un telar y luego lo plasman.
-¿Por eso no te gusta que se enseñe telar a través de tutoriales de Youtube?
-Eso Me molesta en cierto aspecto, porque hay personas que imparten esta cultura sin tener el conocimiento y respeto. Enseñar sin conocer el origen, es una manera de usurpación y le quita el valor al textil. Esto es más profundo que una técnica, porque eso lo puedes sacar de un libro; uno imparte salud a través del telar. Son hartas cosas las que uno transmite. Es un conocimiento de palabra y presencia. Es bueno que la gente sepa lo que se hace, pero tienen que transmitirse toda la esencia. El telar es enseñar para que la persona se sane y empodere la técnica.
-La forma de enseñar también es importante entonces…
-El telar mapuche lleva consigo toda una historia, tiene dibujos variados y dibujos ocultos dentro del mismo textil que se descubren cuando colocas otros colores. El ver un textil y leerlo es súper importante. Hay fajas que tú las ves y sabes si el dueño estaba casado, cuántos hijos tenías, cuáles eran sus amores, todo eso está plasmado en un telar. Creo que por eso es fundamental enseñar, pero asimismo, la forma de enseñar también es fundamental.
-¿Consideras que hay un resurgimiento del telar mapuche?
-Hoy cada día son más las personas que están interesados en conocer las tradiciones mapuches. Está cambiando el concepto de que supuestamente los mapuches somos sucios, ignorantes, hijos de borrachos. Y está cambiando el concepto por darse cuenta de la importancia de los textiles, porque ahí está la historia. Los mapuches sí tienen oficios hermosos y son personas saludables. El intentar conocernos les abre los ojos. Ahora la gente quiere ser mapuche, antes se negaba, eso era lo común. Los jóvenes están volviendo a sus raíces. Yo soy de una generación en que nos tratamos por nuestros apellidos, porque ahí está nuestro origen. Mis hijos tienen nombre mapuche, porque ahí nosotros nos proyectamos.
-¿Se está volviendo a recuperar los simbolismos?
-Cada vez más, y hoy en día tener un apellido mapuche es un peso gigante. La gente está más interesada en conocerse, en volver al origen y no solamente decir que tiene el apellido.
-¿Cómo ha sido la experiencia en los talleres del Parque Eólico Lebu-Toro?
-Ha sido una muy bonita experiencia. Hay mujeres que pensaban que permanecían vivas porque tenían que criar hijos y cuidar las casas. Sin embargo, cuando llegan a tejer descubren que son capaces de crear y el empoderamiento de la mujer en el telar es tremendo porque ayuda a subir la autoestima. A medida que avanzan, tienen creaciones y se conectan con el telar, es gratificante para ellas y también para mí, porque sus vidas florecen. A través de las hebras que se van entrelazando van dejando todo, sus alegrías, frustraciones y llegan al equilibrio. “Cuando ellas ven que sí pudieron hacerlo, ellas vibran, se ríen y los demás captan esto. La experiencia de vida queda plasmada ahí. Me gusta enseñar mucho el telar, porque es liberador para la mujer”, finalizó.